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por Santiago Kovadlof

Dos líneas parecen predominar en esta nueva propuesta de Ana Fuchs. Una es geométrica.  La otra se concentra en lo paisajístico. Y en ambas, a la manera de una constante, la renuncia al énfasis, cierta serenidad, cierta distancia. Pintura de meditada observación, 

se diría, reflexiva, en la que la transparencia de los volúmenes ocupa el primer plano. 

Sin embargo, más allá de ese espacio luminoso que todo lo envuelve, la presencia de lo difuso, de lo inquietante, se insinúa como fondo y quebranta la ilusión de un universo sin tensiones.

Como si tras una invitación inicial al discernimiento, las telas de Ana Fuchs quisieran transportarnos a un horizonte de conflictos sugerido antes que evidenciado, presentido antes que retratado.

La figura humana, cuando aparece, constituye un símbolo mínimo, tenue, sin jerarquía. Su función pareciera ser primordialmente ornamental. El interés discursivo se concentra en el dinamismo del conjunto, en el movimiento mas que en las formas discernibles y de él proviene, sin duda, la extraña voluptuosidad de estas composiciones.

Los colores han sido concebidos eficazmente como insinuación de una atmósfera en la que los elementos parecen desplazarse en pos de una unidad y de una integración que no terminan de constituirse, como si con ellos la artista hubiese aspirado a retratar una íntima incertidumbre, un lírico extravío. Y de modo general y más allá de esta diferenciación entre elementos y colores, todo tiene, en estos cuadros, la dimensión de una mínima señal, como si el silencio o la irrelevancia estuvieran a punto de devorarlo todo.

Es esta aptitud para trasmitir el peso de una ausencia de sentido cargada de presagios uno de los aciertos plásticos de las obras que hoy exhibe Ana Fuchs.

Las superficies aguadas, obtenidas a través del empleo del óleo y los pigmentos, permiten ver y valorar la fuerza expresiva de lo que está a punto de ausentarse, de lo pequeño, en una paradójica potenciación de lo casi intrascendente.

Hay, asimismo, algo caricaturesco en estas obras. Un acento humorístico sutil, cuya posibilidad descansa en un minucioso trabajo ornamental y decorativo. Es al advertirlo que accedemos a la justa valoración del equilibrado ascetismo inherente al color y a los volúmenes de que dan prueba estos cuadros con los que Ana Fuchs demuestra, una vez más, la consistencia de su vocación.

1992. Ana Fuchs o las mínimas señales 

Galería Tras (?)
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